miércoles, 25 de mayo de 2011

                                                                      ¿La vida es bella, o un valle de lágrimas?
Todos llegamos a calificarla de uno u otro modo, dependiendo de las etapas que atravesamos.

Seguro que, a la mayoría, la primera frase de este enunciado nos recordará simplemente la genial y celebrada película de Roberto Benigni, La vita è bella, ganadora de más de 40 premios, incluidos tres Oscar en 1998. Pero esa frase encierra también un mensaje, como el film, que contradice esa otra frase de origen religioso de “atravesar el valle de lágrimas que es la vida”.

En definitiva, se trataría de dos modos contradictorios de ver la existencia: uno con el ingenio, optimismo y pasión por bandera; otro con la bandera de la resignación ante el sufrimiento inevitable que conlleva vivir, y esperando tan solo la recompensa de un hipotético paraíso prometido. O, para muchos agnósticos y ateos, ni siquiera esa supuesta recompensa, ya que creen en la infalibilidad de la frase pero no en divinidades premiadoras.

Cuando las cosas van bien, uno se siente joven, capacitado y sano, no cuesta estar de acuerdo con el protagonista de Benigni de las primeras escenas de la famosa película. Pero, cuando surgen los problemas, las situaciones a vivir se complican o algo se altera desagradablemente en el entorno, pocos saben mantener la calma y, mucho menos, el positivismo necesario para salir del trance sin demasiado sufrimiento o amargura.

El valle de lágrimas

La oración de rito católico Salve María formula esta frase entre sus ruegos a la Virgen: “a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. Posiblemente fue a raíz de esta popular oración como se forjó la expresión de “la vida es un valle de lágrimas”.

Para muchas personas, eso es literal. Suelen ser quienes ya han padecido una o diversas desgracias que les han afectado anímicamente hasta tal punto que no ven más sentido que el de sufrir, en sus existencias. Se amparan en una resignación amargada, llorosa y temerosa, o en un rencor callado e igualmente desconfiado y marginador. Piensan que sus problemas son siempre sobrevenidos, sin que ellos tengan nada que ver ni nada que hacer para reparar, mitigar o superar el mal trago de turno. Viven y atraviesan continuamente “el valle de lágrimas”.

Estas personas necesitarían algo más que imponerse penitencias y paciencia para recuperar sus vidas traumatizadas. La ayuda de un especialista en salud mental sería adecuada, en muchos casos; pero enfocar la vida desde otro encuadre sería muy positivo, para empezar.

La vida no es bella, es vida

Vivir no es fácil, es un aprendizaje continuo, sin plazos ni tope de edad. La vida no es hermosa u horrenda, es como la hacemos o como queremos verla. Podemos considerar que existen los problemas y los errores, o considerar que, ciertas decisiones que tomamos libremente, pueden llevarnos a otras situaciones menos gratas. Cómo actuemos a raíz de ello determinará cómo vemos la vida presente y futura.

Aprender a encarar esas situaciones difíciles, dolorosas o de algún modo desagradables, aceptándolas primero para después actuar en su mejor solución o superación, es un modo de sonreír a la vida. Es aceptar la vida como es, sin juicios, lamentos o culpabilidades inútiles. Aceptar el sufrimiento natural de una pérdida o una enfermedad, sin añadir más sufrimiento por medio de “dramatizar” el momento. El dolor emocional forma parte de la condición humana, pero superarlo es un triunfo personal. No se trata de ser insensible, sino de entender la transitoriedad de todo, lo inevitable de las circunstancias y aprovechar el momento de felicidad sin lamentarnos de haberlo vivido, cuando se vuelve un momento triste.

Cuando llegan los problemas

Detrás de cada dolor, de cada pérdida, de cada dificultad, hay una enseñanza de vida. Se pone a prueba nuestra entereza, nuestra capacidad de superación e, incluso, nuestro amor por los demás. Llorar es necesario, física y mentalmente, pero anclarse en la tristeza es una decisión equivocada y, muchas veces, involuntaria. Siempre es mejor, en estos casos, ocuparse de ellos en lugar de preocuparse.

Ante lo que llamamos “problemas”, solo caben tres salidas positivas:

• Aceptarlos

• Intentar solucionarlos

• Alejarse de ellos

Las circunstancias marcarán cuál de las tres podemos adoptar en cada momento, pero la confianza en que algo positivo se esconde tras lo aparentemente negativo, es lo que nos dará la fortaleza necesaria y la paz interior.

Un reputado profesor de Liderazgo decía en una de sus conferencias: “Puedo garantizarles que todos y cada uno de ustedes puede superar cualquier dolor, problema o crisis que se les presente, y vivir mejor que antes. Para conseguirlo, solo tienen que cumplir una condición: creérselo”.
Lola Romero Gil